Pablo Victoria
El 6
de septiembre tuve oportunidad de asistir a una audiencia pública
que la Comisión Primera del Senado de la República hacía para
auscultar la opinión sobre el referendo propuesto por el senador
Juan Carlos Uribe y el representante Miguel Gómez. Mi intervención
en esa célula legislativa se centró en dos aspectos principales: en
la extemporaneidad de la convocatoria y la inconveniencia de la
misma.
La
inconveniencia, porque el Congreso de Colombia no puede claudicar de
sus responsabilidades legislativas dadas por los electores del país
que reclaman una más pronta y cumplida justicia de unas cortes
altamente politizadas, mediatizadas y, en general, un poder judicial,
tan corrupto o más corrupto que el Congreso o la clase política que
dirige el país. Inconveniente, porque ese es el resultado de lo que
da la tierra, de lo que da la cultura imperante en Colombia, que es
el ejercicio permanente de la corrupción; y una Asamblea
Constituyente para la reforma del poder judicial no va a arreglar el
alma de esos colombianos, ni los va a hacer más eficientes, ni menos
corruptos. Es más, a nadie le va a enmendar la plana.
Inconveniente también, porque esa Asamblea daría entrada a los más
indeseables elementos de nuestra sociedad, que no sólo entorpecerían
su accionar, sino que terminaría, como la del año 91, declarándose
«omnipotente». Es decir, una Asamblea, que fue convocada por
Gaviria para reformar unos artículos de la Constitución del 86,
terminó por abrogarla, redactar una nueva (mal redactada y
contradictoria), revocar un Congreso legítimamente constituido y
entregarnos al choque de poderes que hasta hoy vive esta infortunada
república. Y no se diga que también terminó por entregarnos a
manos de una Corte Constitucional que ha subsumido todos los poderes
públicos, que en la sombra gobierna el país y legisla a placer
mediante sentencias exorbitantes y estrambóticas. No en vano se
puede echar por la borda 105 años de ininterrumpida jurisprudencia y
juridicidad. Tampoco esta Constitución nos dio la paz, como era el
anhelo de los revoltosos estudiantes de ese malhadado año y de los
cobardes jueces prevaricadores que le dieron paso. Por el contrario,
si bien no fue la causante del recrudecimiento de la guerra, los
poderes que quitó al Ejecutivo no hicieron más que incrementarla.
Ahora
bien, la convocatoria de una Asamblea Constituyente es extemporánea
por una razón fundamental: en La Habana se están dando unas
conversaciones de paz que pueden alterar significativamente el orden
establecido en esta Nación; y eso es, precisamente, lo que se busca,
porque según las FARC este orden tiene que ser subvertido por las
armas o por el anhelo de conseguir una paz a cualquier precio. Y el
precio ya se comenzó a pagar, según las imposiciones aceptadas por
el Gobierno: la reforma agraria, el desarrollo económico, el cambio
del modelo social, la participación en política de la delincuencia
fariana, las drogas ilegales, la reparación de víctimas (las
del Estado) y otra adenda que se va desprendiendo de tales
capitulaciones. Es decir, se decidió negociar, no la paz, sino el
país.
Extemporánea es, pues, la convocatoria de esta Asamblea
Constituyente porque ya se convocó otra: va a comenzar a sesionar en
La Habana, a espaldas del Congreso, órgano representativo de la
ciudadanía, y de la propia opinión pública colombiana. A los
congresistas el gobierno dio un pasaje de ida a Oslo, y les dará
otro a La Habana, pero tendrán que comprar el pasaje de regreso a
Colombia, que la van a encontrar sin Congreso. Recuerden que
Carrillo, el actual ministro del Interior, y el jefe de la delegación
a Cuba, Humberto de la Calle, fueron dos de los artífices de la
revocatoria del Congreso en 1991. Que no se llamen a engaño.
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