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martes, 11 de septiembre de 2012

SANTOCHENKO



Pablo Victoria                      

El actual Ministro del Interior, Fernando Carrillo, dijo recientemente que “Timochenko hablaba como un demócrata”. Puede que Carrillo ignore qué es un demócrata; está en su derecho. Lo sabemos porque fue uno de los principales violadores de la Carta Constitucional de 1886 al presionar el prevaricato de dos magistrados pacatos, Morón y Gómez Otálora, que le dieran paso a una Asamblea Constituyente que no podía convocarse de la manera que Carrillo pretendía. 



Puede que Santos ignore también qué es la democracia y sus principios, entre ellos la “transparencia” y la “lealtad” a sus propios postulados de campaña, puesto que sus acuerdos de paz van a estar bajo el velo del secreto hasta cuando los colombianos nada tengamos qué hacer ni opinar; es decir, hasta cuando el convenio de paz se haya firmado con los bandidos. Entre sus postulados de campaña medió la promesa de que continuaría con la “Seguridad Democrática”, es decir, con el accionar del Estado en contra de los grupos subversivos que han anegado de sangre el país; similar promesa hizo cuando dijo que su gobierno estaría guiado por la transparencia en todos sus actos. Nunca nos dijo que en todos, menos en éste. 

Pero más grave aún, nos dice con toda desfachatez que él no ha oído que recientemente haya habido algún secuestro, y en eso se alía con las mentiras dichas por las FARC. Él no habrá oído, pues hace oídos sordos; pero nosotros sí, y de varios nuevos secuestros. Falta que nos diga que las FARC no tienen a ninguno amarrado en el monte. A lo mejor tenga razón: los asesinaron a todos. Y falta también que nos diga que los secuestros son cosa de grupos delincuenciales, como si las FARC no lo fueran… Y no lo son, se me olvidaba, porque ya él mismo les dio el status de “grupo beligerante”. 

Sabemos que si los candidatos a las alcaldías y gobernaciones no cumplen con su programa de gobierno se hacen responsables ante los organismos de control. Empero, en este país el presidente no cuenta con organismo de control alguno, es casi un monarca, un autócrata que cree, y así actúa, que el país es una finca que le han dado en comodato por los años de su mandato. Yo no tengo duda alguna de que este es un proceso donde la premisa “pierde-pierde” se contrapone de manera radical a la de “gana-gana”, particularmente por la debilidad manifiesta del actual gobierno, que también envía como jefe de la delegación de La Habana a otro ser igualmente debilucho y timorato: Humberto de la Calle, de quién todos recordamos que en la peor crisis institucional que haya vivido Colombia en un siglo durante el gobierno Samper, no se decidía a renunciar. Yo mismo le hice dos llamadas a la embajada en Madrid a solicitarle que se decidiera a hacerlo, llamadas que hice desde la casa de María Paulina Espinosa. Todos también recordamos que cuando finalmente lo hizo, la carta de renuncia era tan vaga, tan ambigua, que daba para pensar que renunciaba sin hacerlo. Esto dio pie a que Serpa dijera públicamente, tras conocerse la carta: “Esto dijo el armadillo, montado en un palo de coco, ni me subo, ni me bajo, ni me quedo aquí tampoco”. Todo esto dice mucho, pues, del carácter de los protagonistas de este drama que le puede salir costando caro a Colombia.

El hecho es que Carrillo, ignorante de lo que es la democracia, que no es más que la observancia de reglas preestablecidas, la ignorancia de Timochenko de lo que realmente ésta significa, y la aquiescencia de Santos a ignorar sus promesas democráticas y los principios que la rigen, los hace reos de lesa democracia, los hace juntarse en la misma cochada. Los hace amalgamarse en el pantano viscoso de las trapisondas democráticas. Timochenko es Timochenko, y de él todo puede esperarse. También de Santos, según hemos aprendido. Santos ya no es Santos. Es Santochenko.




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