Pablo Victoria
Hasta
hace unos cuarenta años las instituciones académicas no albergaban duda alguna
de que las tradiciones occidentales provenían de, o habían sido formadas en
tradiciones cristianas; y hasta hace escasamente veinte el mundo occidental
sentía el deber primario de defenderse contra sus enemigos del Este. Es más,
hasta hace cuarenta años todavía se enseñaban cursos de “civilización
occidental” que, de una manera u otra, promocionaban y cimentaban sus
tradiciones. Contrasta todo esto con el hecho de que en la actualidad casi
nadie menciona esta civilización y mucho menos promueve el discurso que la
enmarca. Tal vez los únicos que la mencionan, y quizás sólo para combatirla,
sea el radicalismo islámico. Es posible, pues, que vivamos en una especie de
civilización perdida, sin que lleguemos a comprender plenamente sus causas y
consecuencias.
Sabido es por el mundo académico que
el mundo en que vivimos ha sido formado por tres grandes tradiciones: la
griega, la romana y la judeo-cristiana. De la civilización griega tomamos la
idea de las instituciones democráticas y republicanas; de Roma, la idea del
imperio y de la ley, y de las dos, la de la libertad bajo el imperio de la ley.
De la civilización judeo-cristiana tomamos la idea de la santidad de la vida,
de la justicia y, sobre todo, la obediencia a principios superiores que estaban
por encima y eran anteriores a cualquier Estado o gobierno. Así, la institución
cristiana del papado en su lucha secular contra los poderes dominantes del
emperador y del César nos dio las primeras ideas de la separación y la
limitación de los poderes públicos.
Va surgiendo, sin embargo, con gran
fuerza y conflicto una nueva cultura que se abre paso entre estas fuerzas
civilizadoras: la Ilustración, que nos trae la idea de la democracia ilimitada
e ilimitable, los mercados libres y la creencia en que la razón y la ciencia
deben reinar supremas si queremos hacer del mundo una estancia mejor para
todos. Es cierto que los mercados libres trajeron progreso y bienestar, si se
les compara con los mercados controlados por el Estado; pero no es totalmente
cierto que la democracia ilimitada haya traído tal bienestar, sobre todo si se
asignan ciertos derechos a las minorías que no es lícito vulnerar; o al
contrario —porque lo contrario también ha ocurrido— que se atropellen derechos
de las mayorías por unas minorías activas y vociferantes. En el fondo, parece
que dos ideas liberales han estado enfrentadas durante largo tiempo: la de la
libertad y constitucionalismo británico, de una parte, y la de la democracia y
racionalismo francés, de otra, algo que tuvo su máxima expresión en los
enfrentamientos surgidos a todo lo largo del siglo XIX, y hasta del XX, pues la
versión liberal francesa dio como resultado el surgimiento del marxismo en este
último.
El Siglo de la Ilustración trajo
como consecuencia la secularización de prácticamente toda la clase intelectual
de Europa y, con ella, de la cristiandad. Así que la lucha se ha prolongado a
lo largo de dos siglos y ha dado por resultado la virtual muerte de la
civilización cristiana tal y como la conocimos.
Y también la muerte de la civilización greco-romana con su legado
cultural y político. La agonía de la primera comienza en los años 60 cuando los
nuevos movimientos independentistas de todas las ideas clásicas y tradicionales
del mundo occidental iniciaron su gran asalto contra las vetustas instituciones
que habían moldeado la vida de sus pueblos. Empezaron por negar las fuentes
bíblicas de la verdad, la bondad y la belleza y terminaron por apropiarse de
las fuentes del poder. El movimiento estudiantil de aquellos años fue fiel
reflejo de los tiempos que corrían. La Iglesia católica, antigua fuente de
poder moral y espiritual, también cedió al embate, oficializando su
claudicación con el Concilio Vaticano II. Sus textos ambiguos e imprecisos
dieron paso a una erosión masiva de la fe que se manifestaba no sólo en una
doctrina salvífica, sino en las instituciones que la sustentaban, como la
democracia de carácter limitado en
ciertas materias de moral y costumbres. A este deterioro en el poder jerárquico
sucedió la expansión de la cultura pagana a niveles nunca antes vistos, todo
ello promovido por los medios de comunicación, y los avances tecnológicos y
científicos. Los jóvenes pasaron, entonces, de ser actores del cambio a ser
sujetos de éste. Los contraceptivos, por ejemplo, dieron a la mujer una
libertad jamás antes soñada, de lo que también resultó el aborto como método
admisible de contracepción y los movimientos feministas que dieron nuevo
impulso a la desintegración de la familia
y a su integración en otras peculiares formas de familia. Más
recientemente, los cambios étnicos en Europa y, en gran medida, en los Estados
Unidos —traídos principalmente por la inmigración islamista— han profundizado
el ideal de la Ilustración, a saber, la destrucción del cristianismo como forma
de manifestación cultural y religiosa. El colapso de la religión cristiana
puede verse en las formidables barreras que el derecho constitucional
contemporáneo ha erigido entre ésta y la llamada “sociedad civil”.
Podemos decir, entonces, que la
única fe que se ha fortalecido en el mundo occidental es la de la Ilustración,
que tras dos siglos de lucha permanente ha salido en gran medida victoriosa y
hoy es la fuerza predominante en Occidente. A esta fuerza se le suma la de las
élites racionalistas provenientes de la Revolución Francesa que dominan hoy el
panorama intelectual y político de Occidente, cuyo propósito fundamental es
eliminar todo vestigio del pasado cristiano. No quiere decir eso, sin embargo,
que tales élites no tengan una fe o un credo: su fe y credo es lograr un mundo
secularizado y globalista, donde pueda conjugarse una amalgama de credos más o
menos coincidentes en su carencia de Dios; su fe y su credo es la idea de un
Gobierno Mundial, del gozo de unos Derechos Humanos universales, de un culto a Gaia, la Tierra, de una alianza de civilizaciones que, a la
vez, identifiquen el cristianismo como su enemigo secular. De lo que se trata
es de formar un imperio y religión universales construidos desde la razón. Con
todo, parece que la razón misma nos dice que el colapso moral de Occidente nos
ha hecho más vulnerables al asalto que el Este prepara sobre el Oeste y que las
élites intelectuales refuerzan en su afán de borrar toda tradición cristiana de
las instituciones que sostienen el gran edificio de la civilización.
No hay comentarios:
Publicar un comentario