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martes, 11 de junio de 2013

CRISTIANISMO E ILUSTRACIÓN

Pablo Victoria

Hasta hace unos cuarenta años las instituciones académicas no albergaban duda alguna de que las tradiciones occidentales provenían de, o habían sido formadas en tradiciones cristianas; y hasta hace escasamente veinte el mundo occidental sentía el deber primario de defenderse contra sus enemigos del Este. Es más, hasta hace cuarenta años todavía se enseñaban cursos de “civilización occidental” que, de una manera u otra, promocionaban y cimentaban sus tradiciones. Contrasta todo esto con el hecho de que en la actualidad casi nadie menciona esta civilización y mucho menos promueve el discurso que la enmarca. Tal vez los únicos que la mencionan, y quizás sólo para combatirla, sea el radicalismo islámico. Es posible, pues, que vivamos en una especie de civilización perdida, sin que lleguemos a comprender plenamente sus causas y consecuencias.

            Sabido es por el mundo académico que el mundo en que vivimos ha sido formado por tres grandes tradiciones: la griega, la romana y la judeo-cristiana. De la civilización griega tomamos la idea de las instituciones democráticas y republicanas; de Roma, la idea del imperio y de la ley, y de las dos, la de la libertad bajo el imperio de la ley. De la civilización judeo-cristiana tomamos la idea de la santidad de la vida, de la justicia y, sobre todo, la obediencia a principios superiores que estaban por encima y eran anteriores a cualquier Estado o gobierno. Así, la institución cristiana del papado en su lucha secular contra los poderes dominantes del emperador y del César nos dio las primeras ideas de la separación y la limitación de los poderes públicos.

            Va surgiendo, sin embargo, con gran fuerza y conflicto una nueva cultura que se abre paso entre estas fuerzas civilizadoras: la Ilustración, que nos trae la idea de la democracia ilimitada e ilimitable, los mercados libres y la creencia en que la razón y la ciencia deben reinar supremas si queremos hacer del mundo una estancia mejor para todos. Es cierto que los mercados libres trajeron progreso y bienestar, si se les compara con los mercados controlados por el Estado; pero no es totalmente cierto que la democracia ilimitada haya traído tal bienestar, sobre todo si se asignan ciertos derechos a las minorías que no es lícito vulnerar; o al contrario —porque lo contrario también ha ocurrido— que se atropellen derechos de las mayorías por unas minorías activas y vociferantes. En el fondo, parece que dos ideas liberales han estado enfrentadas durante largo tiempo: la de la libertad y constitucionalismo británico, de una parte, y la de la democracia y racionalismo francés, de otra, algo que tuvo su máxima expresión en los enfrentamientos surgidos a todo lo largo del siglo XIX, y hasta del XX, pues la versión liberal francesa dio como resultado el surgimiento del marxismo en este último.

            El Siglo de la Ilustración trajo como consecuencia la secularización de prácticamente toda la clase intelectual de Europa y, con ella, de la cristiandad. Así que la lucha se ha prolongado a lo largo de dos siglos y ha dado por resultado la virtual muerte de la civilización cristiana tal y como la conocimos.  Y también la muerte de la civilización greco-romana con su legado cultural y político. La agonía de la primera comienza en los años 60 cuando los nuevos movimientos independentistas de todas las ideas clásicas y tradicionales del mundo occidental iniciaron su gran asalto contra las vetustas instituciones que habían moldeado la vida de sus pueblos. Empezaron por negar las fuentes bíblicas de la verdad, la bondad y la belleza y terminaron por apropiarse de las fuentes del poder. El movimiento estudiantil de aquellos años fue fiel reflejo de los tiempos que corrían. La Iglesia católica, antigua fuente de poder moral y espiritual, también cedió al embate, oficializando su claudicación con el Concilio Vaticano II. Sus textos ambiguos e imprecisos dieron paso a una erosión masiva de la fe que se manifestaba no sólo en una doctrina salvífica, sino en las instituciones que la sustentaban, como la democracia de carácter limitado en ciertas materias de moral y costumbres. A este deterioro en el poder jerárquico sucedió la expansión de la cultura pagana a niveles nunca antes vistos, todo ello promovido por los medios de comunicación, y los avances tecnológicos y científicos. Los jóvenes pasaron, entonces, de ser actores del cambio a ser sujetos de éste. Los contraceptivos, por ejemplo, dieron a la mujer una libertad jamás antes soñada, de lo que también resultó el aborto como método admisible de contracepción y los movimientos feministas que dieron nuevo impulso a la desintegración de la familia  y a su integración en otras peculiares formas de familia. Más recientemente, los cambios étnicos en Europa y, en gran medida, en los Estados Unidos —traídos principalmente por la inmigración islamista— han profundizado el ideal de la Ilustración, a saber, la destrucción del cristianismo como forma de manifestación cultural y religiosa. El colapso de la religión cristiana puede verse en las formidables barreras que el derecho constitucional contemporáneo ha erigido entre ésta y la llamada “sociedad civil”.

            Podemos decir, entonces, que la única fe que se ha fortalecido en el mundo occidental es la de la Ilustración, que tras dos siglos de lucha permanente ha salido en gran medida victoriosa y hoy es la fuerza predominante en Occidente. A esta fuerza se le suma la de las élites racionalistas provenientes de la Revolución Francesa que dominan hoy el panorama intelectual y político de Occidente, cuyo propósito fundamental es eliminar todo vestigio del pasado cristiano. No quiere decir eso, sin embargo, que tales élites no tengan una fe o un credo: su fe y credo es lograr un mundo secularizado y globalista, donde pueda conjugarse una amalgama de credos más o menos coincidentes en su carencia de Dios; su fe y su credo es la idea de un Gobierno Mundial, del gozo de unos Derechos Humanos universales, de un culto a Gaia, la Tierra,  de una alianza de civilizaciones que, a la vez, identifiquen el cristianismo como su enemigo secular. De lo que se trata es de formar un imperio y religión universales construidos desde la razón. Con todo, parece que la razón misma nos dice que el colapso moral de Occidente nos ha hecho más vulnerables al asalto que el Este prepara sobre el Oeste y que las élites intelectuales refuerzan en su afán de borrar toda tradición cristiana de las instituciones que sostienen el gran edificio de la civilización.


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