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martes, 2 de abril de 2013

EL REDUCCIONISMO SANTISTA


ANTÍTESIS


Pablo Victoria

Las primeras muestras de “reduccionismos” santistas es que, a través de sus ministros, comunica al país que todo el que se oponga al proceso de paz se opone a la paz. Nada más mentiroso y ruin. Yo, por ejemplo, estoy opuesto al proceso, pero anhelo la paz, sobre todo porque nuestra generación no ha conocido un solo minuto en el que los fusiles se hayan silenciado. Similar visión comparten las Fuerzas Militares, pues no hay militar con quien yo haya hablado que no anhele que llegue al país este escasísimo bien. Todos ellos lo anhelan, aunque sea por la razón suprema de que son ellos, precisamente, los que le tienen que poner el pecho a las balas.

            Estar en contra de la paz es cosa muy distinta; contra ella están, por ejemplo, los traficantes de armas, los comunistas que sólo ven en esta forma de lucha un camino seguro hacia la rendición del país, o los enfermos mentales, que no perciben que la paz es lo único que conduce al progreso material y espiritual de los hombres. Ya Winston Churchill lo dijo: “Quien se humilla para conseguir la paz, se queda con la humillación y se queda con la guerra”. Porque este es el único caso en que un Estado vencedor se sienta a manteles a “negociar” la paz con un ejército derrotado.

            Las segundas muestras de reduccionismo santista es  propiciar una reforma pensional en el Congreso para reducir el tratamiento preferente que en esta materia tienen los militares y equipararlos con los demás civiles. El mensaje está claro: se trata de dar lengua a las FARC de que el Gobierno se muestra condescendiente con las pretensiones de estos grupos armados de disminuir el Ejército y la capacidad militar de la Patria; ¿o quedará alguna duda de que los nuevos aspirantes tendrán el mismo ímpetu o vocación en unas Fuerzas Armadas que ya no proporcionan ni el mínimo histórico al que estaban acostumbradas por los imperativos de la guerra? La lectura de este mensaje también da para interpretar de que lo que realmente se trata es de ir desmovilizándolas y preparándolas para el llamado “post-conflicto”.

            Las últimas muestras reduccionistas es con el brutal enfrentamiento que hace el actual ministro del interior contra Pastrana y Uribe. ¿A quién le cabe alguna duda de que Pastrana tuvo las mejores intenciones e hizo los mejores esfuerzos por conseguir una paz negociada con Tirofijo? Muy otra cosa son los resultados que obtuvo y por lo que, en su momento, también me opuse al malhadado proceso. Y respecto de Uribe, ¿quién en su sano juicio puede pensar que el ex presidente se opone a que haya paz en Colombia? Lo que sucede es que el ministro Carrillo no está en su sano juicio. Ya lo demostró cuando blandía la séptima papeleta pensando, como los jacobinos, que una nueva Constitución preñada de derechos y desnuda de deberes le iba a devolver la paz a Colombia; la paz que le había “robado” la centenaria constitución de 1886 que buen orden jurídico y 45 años de paz sí que trajo al país. ¿O quién no recuerda la asonada estudiantil liderada por Carrillo en la que se amenazaba incendiar la Corte Suprema si no le daba paso al prevaricato constitucional de reformar la carta por la vía de la improcedencia? Entonces los jueces hablaban con sentencias y callaban frente a las rotativas; entonces había división de poderes, en tanto hoy los jueces dictan sentencias ante la prensa, legislan y subsumen los poderes del Congreso… Es decir, cumplen con la agenda internacional dictada desde las Naciones Unidas. ¿O quién ignora el jacobinismo judicial, rápido en la cuchilla, que decapita militares y escuda auxiliadores de bandidos?

            Tal vez eso es lo que le gusta a Carrillo: la asonada mediática, la cháchara habanera, el gorro frigio sobre el rostro de la justicia y la entrega a plazos de lo que nos va quedando de país.

1 de abril de 2013


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