ANTÍTESIS
Pablo Victoria
La señora Florence ataca de nuevo y esta vez lo hace contra la Iglesia católica y el Partido Conservador. Dice que es “inadmisible” que los obispos hayan ido a hablar con el conservatismo para plantear una cruzada contra el aborto. No me detendré en sus redundantes vocablos (ciudadanos y ciudadanas, todos y todas), ni en los gerundios mal empleados en su venenosa prosa (“inadmisible la imagen de los obispos… con miembros del Partido Conservador hablando…”), pues es ya sabido que de esta gente se puede esperar todo atropello contra el régimen gramatical, la lógica, la sindéresis, los buenos modales y hasta contra la libertad que tienen los obispos de hacer cabildeo en procura de la causa antiabortista. Ella no entiende que para el catolicismo está primero la Ley de Dios que la ley de los hombres y que, por supuesto, es deber de conciencia católica no acatar el fallo de la Corte Constitucional en esta materia; tampoco entiende que en una democracia los ciudadanos que no comparten una disposición legal tienen el derecho y la obligación de obrar contra ella dentro de los cauces que provee la democracia misma; menos entiende que la regla de la mayoría es sólo unaconveniencia práctica y no un principio fundamental; y entiende menos todavía que el acuerdo social sólo se alcanza dentro de un marco muy estrecho de asuntos públicos y que cualquier extensión que se haga de ese marco tensa el delicado hilo que mantiene a una sociedad cohesionada. A los desacuerdos fundamentales en materia de valores, ética o moral que no se resuelven en las urnas, o en los estrados judiciales, les queda el conflicto civil como vía de escape. Es por eso que los obispos y el Partido recurren a la acción política como forma civilizada de dirimir el diferendo valorativo.
Florence Thomas pretende dar lecciones de biología a los obispos cuando les informa que la vida se inicia, mucho antes de la concepción, en los espermatozoides y en el óvulo. Es una “aguda” observación decir que son materia viva; lo que sucede es que tal consideración es supérflua por lo inocua. La vida que importa a los obispos no es la del espermatozoide, ni la del óvulo, sino la del gameto, la del embrión. Pero ella adelanta otra observación científica del más alto coturno: que “un feto se humaniza con un acto de amor por parte de una mujer”, con lo que quiere significar que un feto no amado por una mujer no es un ser humano porque no está “humanizado”. ¡Bueno y olé! Ella defiende la vida humana que no es la vida biológica, sino una “sustancialmente” diferente. El Aquinate se le quedó en pañales en la definición del Ser y de la Sustancia.
Pero no se queda tranquila con semejantes dislates conceptuales, sino que profundiza en el lodazal de lo obtuso al creer que sólo las mujeres tienen autoridad para juzgar el cuerpo ajeno que crece dentro de ellas, como si los hombres no tuvieran parte en la criatura, ni sus valores religiosos o morales tuvieran nada que hacer en los entresijos de la crueldad y del crimen. ¡Nos descalifica de plano!, porque, según ella, “las mujeres saben más que nadie, más que los hombres, más que los clérigos, lo que necesita un niño, una niña, al nacer…” Es la tapa del Congo. Ni siquiera vale la pena decirle que lo que un niño no necesita es que lo maten en el vientre de su madre y tampoco que los hombres y los clérigos que no creemos en el crimen de inocentes sabemos mucho más de lo que un niño necesita que cualquier desnaturalizada mujer, por mucha mujer que sea. Y más que Florence, por más machista que parezca.
17 de febrero de 2011
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