ANTÍTESIS
Pablo Victoria
Los filósofos del tradicionalismo constitucional y derecha política caen frecuentemente en una trampa mortal que consiste en aplicar principios jurídicos y morales a las ciencias económicas. Los jurídicos, porque suponen que de las normas que rigen la conducta humana se derivan principios de justicia aplicables al intercambio en los mercados; los morales, porque presumen que pueden imponerse sobre la justicia conmutativa preceptos sólo aplicables a la justicia redistributiva. En su extremo, esta derecha toca lo que siempre tocan los extremos: su lado opuesto, v. gr., el socialismo y las autarquías morales. Dan por verdadero y cierto el principio según el cual la economía debe regularse por relaciones de justicia extrínseca a los propios mecanismo del mercado, pues subyace la creencia de que en una transacción donde concurren dos voluntades que quedan satisfechas por el intercambio a un precio determinado, no necesariamente prevalece la justicia del mismo; tienen la noción de que un burócrata, un juez, un administrador o un jurisconsulto, pueden y deben determinar el “precio justo” de tal intercambio.
Es decir, arrastran concepciones griegas o medievalistas a la era moderna, como que frecuentemente usan a Aristóteles y al Aquinate como las fuentes de los más depurados y refinados adelantos en esta incomprendida ciencia. Los más osados, en cambio, citan errores o incoherencias de Malthus, Smith o Ricardo, como si las ciencias económicas se hubiesen detenido en ellos. Sólo intentan desacreditar sus logros citando indagaciones de hace trescientos años. Pocos, entonces, tienen la clarividencia necesaria para distinguir que no se puede trasvasar la epistemología legal como principio regulador de una ciencia cuyos métodos funcionan más como las teorías físicas y las teorías de los juegos que como la organización jurídica de un Estado; pocos, que no se pueden incorporar elementos valorativos ajenos al discurrir económico, especie de Deus ex Machina que viene a remediar las injusticias inherentes al mercado. Ignoran que la justicia y la moralidad de la acción surgen de la propia transacción, siempre y cuando ésta sea voluntaria, esté libre de coerciones, se realice entre sujetos mentalmente válidos, y se perfeccione dentro de los cánones sociales comúnmente aceptables. Por su ignorancia invocan la aplicación de la Ley Natural propia del Derecho al libre mercado, como si las relaciones económicas entre los hombres no estuvieran regidas por su propia Ley Natural, que no es otra que la organización espontánea de los mercados y se explica por las leyes y axiomas que rigen la economía como ciencia compleja. Ignoran que es de la naturaleza del libre mercado que el hombre se comporte como lo hace en toda transacción, buscando siempre el mayor beneficio al menor costo posible, situación aplicable al sujeto comprador y al sujeto vendedor.
El nacimiento de la economía de libre mercado como una nueva rama del conocimiento --no sujeta a los caprichos de juristas y abogados-- es uno de los más grandes eventos científicos de todos los tiempos, en tanto en cuanto ha transformado en pocas generaciones la vida y bienestar del ser humano. Nace, pues, diferente de las ciencias naturales, de la historia y de la jurisprudencia; su singularidad heurística permite que sus aporías se resuelvan, no mediante la intervención de hermenéuticas extrañas a su ser constitutivo, sino por cuenta de sus propias reglas laterales y divergentes de otras disciplinas, más que todo fundamentadas en la naturaleza, la experiencia y las actuaciones humanas explicadas por algoritmos que iluminan lo que para el Derecho es apenas oscuridad y penumbra. Es allí donde se encuentra esta trampa mortal que engulle filósofos nostálgicos, teguas y abogados.
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